Es primavera en Alemania.
Der Frühling ist endlich angekommen! |
Lo que me preocupa, mucho más que los síntomas alérgicos que ya empiezo a notar, son los monstruos voladores que están colonizando la ciudad. Las maravillosas mariquitas han dado paso a unos bichos gigantes peludos negros y amarillos, que son sujeto de mis pesadillas desde que uno me picó siendo yo una rolliza niña de 2 años.
Las avispas no tienen conciencia |
Empiezo a pensar que una cuadrilla ha instalado sus aposentos en algún punto de la fachada junto a mi ventana, porque en una semana han entrado ya 5 avispas gigantescas en mi cuarto. ¡Cinco!
Lo chungo es que no entran de día, cuando puedo verlas y oirlas sin problemas y actuar en consecuencia [zapatillazo al canto], sino que las malditas se cuelan de noche. La mayoría de las noches he tenido suerte y mi oído de X-Men [o de tísica, como dice mi madre] me han hecho despertarme ipsofacto y agarrar la pantufla izquierda en menos de 20 segundos.
Pero hubo una noche en la que dormía más profundamente de lo normal y entre sueños noté unas caricias en el brazo. Agradable, la verdad, hasta que me di cuenta de que se trataba de una avispa de 5 centímetros de largo [exagero, eran 4,80 en realidad] que se paseaba a sus anchas por mi antebrazo.
Desde esa noche tengo serios problemas para dormir, por miedo a que nuevos avispones vengan a vengar la muerte de su camarada.
De todos modos, esto me ha hecho reflexionar: quizás es hora de hacer las paces con esta especie animal de una vez por todas. Después de haber matado a 5 de ellas en una semana, estamos empatadas, como poco.
Hay gente que aboga en estos casos por la terapia de choque, que sería algo así como ponerme un traje de apicultor y entrar en una granja de avispas [ya se que no se llama así].
Yo prefiero empezar a desdramatizar a esos pequeños vampiros haciendo dibujos de ellas en situaciones jocosas, véase:
¡Saamba! ¡Jua! |
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